miércoles, 13 de marzo de 2013

10 Muestra SyFy, días 3 y 4: Herencias

Puesto que, debido a que este año se ha decidido prescindir de las clásicas sesiones de tarde del domingo en detrimento de la experiencia Phenomena tan bien traída con dos clásicos atemporales como Alien y Total Recall (que, a su vez, aparté en beneficio de actos más sociales y amigables), he decidido condensar ambas jornadas con la esperanza de así ahorrarme el dilatar más en el tiempo las crónicas del festival, y no llegar a la 11 Muestra con aún alguna colgando del tintero.

Las plegarias respecto a la vuelta de la animación japonesa a la programación de la Muestra han sido escuchadas, y el resultado es una milagrosa pieza de orfebrería necesaria para entender la madurez de un género que nunca ha parado de hacerlo. De mano del mismo realizador de Summer Wars (Mamoru Hosoda, 2009), ya vista hace tres años en la muestra y que demostró el buen estado del anime contemporáneo, Wolf Children (2012) supone un nuevo triunfo sobre la forma. Lejos de querer caer en el  argumento rancio de reivindicar la animación como un género donde expresar todo tipo de ideas y emociones (fenómeno nacido del desconocimiento, tal y como aquellos que defienden la ciencia-ficción arropándose única y exclusivamente en Blade Runner), la obra del japonés adquiere un equilibrio perfecto entre el costumbrismo y lo fantástico, entre la tradición espiritual del archipiélago y la modernidad donde resulta imprescindible intergrarse. El gran logro de Hosoda pasa por abordar una historia del todo emotiva sin caer en sentimentalismos, equiparando el sumo respeto que Joon-ho Bong demostró en Madeo (2009) hacia la figura materna sin escudarse en sensibleros derroteros por los que sería fácil pasear.  Dejando de lado la implecable y sencilla factura técnica, plagada de cantidades de escenas en segundo plano que aportan realismo al conjunto, el relato discurre con toda naturalidad ante la perspectiva de que una situación fantástica sea proclive a ser un problema integrador como podría serlo cualquier otra discapacidad, condicionante externo o estigma social; un miedo japonés tan antiguo como la quijotesca situación de los dos niños-crías ante la civilización o la vida salvaje. Otro canto de cisne asiático hacia la figura materna, al peso de las decisiones a tomar y dejar pasar, y que no condiciona al espectador a que se sienta coaccionado por las muy predicibles connotaciones sentimentales que puedan surgir del discurso. Sin duda alguna, la película de la Muestra.
 
Se abre la veda. Francis Ford Coppola está hasta los cojones y disfruta demostrándolo. O bien disfruta estando hasta los cojones y lo muestra como efecto colateral. En todo caso, Twixt (2011) seguiría siendo una inclasificable manera de apartar cualquier atisbo de su obra anterior a costa de perderse en uno mismo, de darse cuenta de que un cineasta no tiene por qué ser deudor ni de su propia obra y, al margen de los resultados, poder transitar el camino que a uno le venga en gana. Uno no puede quitarse la sensación de que el Coppola guionista quiso contar algo realmente potente y trascendente, y que en algún punto dejó de lado cualquier ínfula y se dedicó a decorar esta historia sobre el auge, desarrollo y caída del proceso creativo con elementos malsanos pocas veces eclosionados. Por ello mismo rompo una lanza a favor del film, que bastante tocado anda ya, que aúna cierto paralelismo sobre la carrera de Val Kilmer (el trauma que sufre su personaje bien podría ser la carrera de quien lo interpreta), conatos de evolución cinematográfica con las nuevas tecnologías que quedan como curiosidades rozando el ridículo, indicios de remonte lastrados por la desidia con la que lo trata y, sobre todo, la siempre agradable sensación de que un maestro suda de todo y no se corta en rodarlo.


Antiviral (Brandon Cronenberg, 2012), contada de forma resumida a cualquiera que guarde cierto interés en ella, no deja de ser una película deudora e incluso parte de la filmografía de su padre David; sin embargo, Brandon se destapa más deudor de otras óperas primas como Pi (Darren Aronofsky, 1998) o, como él mismo afirmaba, la saga Tetsuo, más que los intereses sobre la Nueva Carne que bien podría haber mamado desde su infancia. Mucho más estilizada en su forma que en su contenido, el planteamiento nada sutil sobre los virucuetos de la fama adquiere una visceralidad encomiable en sus últimos compases, una vez posicionada la enfermiza figura del protagonista como portador del mal; una suerte de camello de enfermedades controladas en beneficio de una sociedad enferma por conseguirlas, cuyo provecho denota cierto masoquismo que deriva al egoísmo más absoluto. Todo corporativismo en base a -literalmente- las entrañas de sus clientes y empleados plantea una metáfora mucho mayor, un mensaje mucho más elaborado que la simple vampirización del simple planteamiento distópico, y que inaugura una prometedora carrera al margen de cualquier predisposción genética.


Me pregunto si el hecho de que Cabin in the Woods (Drew Goddard, 2011) sucediera a la película de Cronenberg fue algo a drede, en tanto comparten muchos más puntos en común que lo que a primera vista podría pensarse. A estas alturas poco queda por decir de la particular visión de Goddard-Whedon del género, de cómo se atreven a destrozar sin contemplaciones los fundamentos del slasher y de las ganas de tocar los huevos a todo el que considera que tiene la clave para salvaguardar los preceptos del terror. Lo que bien esconde esta fábula corporativista en el fondo es un alegato absoluto al egoísmo ético, donde el clásico grupo de descerebrados teens con ganas de marcha eligen su propio destino condicionados por fuerzas mayores y que, llegado a un punto, solo se ven liberados de ese yugo aquellos que aceptan las consecuencias devastadoras de alejarse de ello. Obviar e incluso vilipendiar el sacrificio es la mayor victoria de una cinta que, cuando se disipe la bruma del fenómeno, uno espera que se mantenga como pilar al que acudir cuando se quiera hablar de la honestidad y capacidad de evolución del género.


No se puede exigir formalidad en una sesión golfa. Es decir, sí se puede, pero el riesgo de parecer imbécil (o demostrarlo) es bastante elevado. La propuesta de Dead Sushi (Noboru Iguchi, 2012) prácticamente exige ser un gamberro en la sala y un desalmado en el humor, poco tolerante a quien se acerca a una sala a exigir silencio y formalidades a viva voz. Absoluta deudora del anime más loco y bebedora a su vez de la verborrea Z más propia de la Troma, la tercera película japonesa de la Muestra propone aparcar cualquier tipo de prejuicio y análisis, denotando una falta de complejos y capacidad de llevar lo soez con unas tragaderas considerables. Debo destacar por necesidad su banda sonora, absolutamente patética y perfecta; lo momentos de introspección y moraleja entre salvajada y salvajada, dignos de las mejores obras de la serie Z; y, por último, que lleve al límite el tema culinario: por una parte toda la documentación -verídica- sobre la elaboración y correcta degustación de un buen menú de sushi, y por la otra los típicos chascarrillos culinarios sobre qué alimentos merecen la pena y los que no. Es algo universal y rancio, el enjuiciar sistemáticamente según nos guste lo que comemos. Porque a mí sí me gusta el nigiri de tortilla y quiero que conste.


Si con Grabbers el asunto denotaba una cierta desidia con el tema fantástico-comedia británica, Cockneys vs. Zombies (Matthias Hoene, 2012) parece buscar apuntillarlo con la discordancia entre lo que promete y lo que otorga.  Quizás lo mejor que podría haberle pasado hubiera sido prescindir de referencias al decadente y particular mundo suburbial de Londres, que si bien uno no espera las incisivas formas del primer Guy Ritchie, tampoco lo hace con el festín de condescendencia y benevolencia de la que hace gala. Tan solo un par de apuntes cómicos sobre la ancianidad ante la llegada de la horda y el momento en el que las hinchadas zombies del West Ham y el Millwall se pelean (aún en su condición) suponen los únicos rayos de luz en un producto tan lastrado por sus inhibiciones como por su desaprovechamiento presupuestario. 


Hace dos ediciones cerró la Muestra, y con cierto éxito, The Last Exorcism (Daniel Stamm, 2010), de la cual se dio buena cuenta en su momento. Si en aquella achaqué la discordancia entre prestarse absolutamente al found footage para saltárselo a la torera en su último tramo y, con ello, abogué por una narración clásica en esos casos, con The Last Exorcism Part II (Ed Gass-Donnelly, 2013) recurre a esa petición mal que me pese. Cuando precisamente el realismo de la cámara en mano hubiera sido más necesario, ya que al tratarse de la superación de un trauma y su posterior reinserción el formato documental encajaría a la perfección, prefiere adherirse a lo fácil y, desgraciadamente, de la forma más aburrida. Es una lástima que una saga que comenzó en su primer tramo como una vuelta de tuerca a los exorcismos cinematográficos a través de un farsante, termine por caer en los convencionalismos más trillados y las resoluciones más manoseadas.

Por último, me propuse no hablar de la Muestra más allá de sus películas, cero análisis del evento como tal, prescindir del típico cierre comentándolo. Voy a cumplirlo.

lunes, 11 de marzo de 2013

10 Muestra SyFy, día 2: De cada casa

Mientras que en crónicas del año pasado lamentaba la ausencia de mayor varianza internacional, parece que la organización ha sido expeditiva y brinda una jornada de lo más variada, tocando todo género y metiendo un elemento inclasificable al día. No se trata tanto de la calidad de las mismas (y de las proyecciones aún demasiado oscuras) como el notar que merece la pena entrar a plena luz del día y salir a la fría noche.

En teoría, y sin muchas excepciones (al menos no recuerdo ni una), las adaptaciones del anime a la filmación de carne y hueso pasan por un proceso traumático donde o bien se mantiene una fidelidad extrema, haciéndolo parecer todo un baño de gomina y colores que solo contenta a quienes defienden los fan-made trailers por el brillo de la coraza; o bien, y al menos resulta menos bochornoso, se queda a un nivel monótono y realista para evitar cualquier estridencia. Sin embargo Rurôni Kenshin (Keishi Ohtomo, 2012) mantiene un inusitado equlibrio en base a formas más academicistas, resultado quizás de un alto presupuesto y la condición histórica tan largamente tratada y venerada en el cine japonés. Picoteando tanto del manga, anime y OVA del que parte, el gran logro sobre el que se sustenta es continuar la larga tradición de personajes inadaptados en la transición Tokugawa - Meiji de un modo más distendido de lo habitual, sin caer en la frivolización que podría resultar de un trasvase directo, incluso abriendo sin vergüenza muchas ventanas por las que otros autores de mayor reconocimiento ya se asomaron. Todo aderezado con unas fabulosas coreografías (mejor individuales que grupales), sin duda se trata de una de las sorpresas de la muestra, más por lo que implica que por su resultado.

 La comedia británica pasa por un impasse tras haber vivido una época dorada en los 90, en la cual los herederos de aquella parecen incapaces de salir de unos cuantos convencionalismos ya lastrados por el creciente cisma social presente en las islas. Cabe la posibilidad de que Grabbers (Jon Wright, 2012), en su interesante partida de base extraída de Critters (Stephen Herek, 1986), baile en su tono en el intento de evitar encasillamientos que han tirado por tierra otras propuestas cómicas-fantásticas también vistas en la muestra, y con ello no consiga cohesionar ambas. Pero si hay algo que no se le puede echar en cara al film de Wright es un loable intento de conservar cierta identidad localista irlandesa, en mostrar la real belleza de una isla conservada en el aislacionismo donde hasta el alcohol supone una defensa ante elementos exteriores. En todo caso, la siempre evocadora idea de los aislados paraísos imperfectos costeros británicos, un género por sí mismo dentro de la cinematografía de las islas.

Ya como tradición, las películas que dejan descolocado y sin posibilidad de redención deben estar presentes. La que nos ocupa, Boneboys (Duane Graves, Justin Meeks, 2012) se lleva la palma como el mayor exponente de incoherencia y sinsentido, el auténtico intento de maquillar lo insustancial con un ambiente ilógico y malsano de este año. Partiendo de forma inverosímil del fabuloso ensayo Una Modesta Proposición de Jonathan Swift, uno se pregunta dónde ha ido a parar el potencial que la mezcla de tamaña sátira con el slasher podía haber llegado a dar. Cualquier tipo de ínfula por medrar en una escena queda neutralizada en la siguiente, como si los realizadores se metieran en un jardín del que, en vez de salir como Coppola lo hace (más adelante lo explico), persisten en sus intenciones. Al igual que comenté con Stake Land el año pasado, no consigo explicarme cómo no existe algún tipo de actividad extracinematográfica que permita a los nuevos realizadores conocer sus límites para evitar ladrar más de lo que se muerde: llegado el momento, y tal como demuestra esta supuesta fábula canina, acabas con los dientes destrozados.

Con Don Coscarelli siempre he mantenido una relación amor-odio: por una parte algunos apuntes en la saga Phantasma, pero sobre todo películas más "convencionales" tales como Survival Quest (1988) o The Beastmaster (1982); por la otra, cuando se ve imbuido por su propia condescendencia freak en inserta productos como Bubba-Ho Tep (2002) en los que se conforma única y exclusivamente con el propio concepto bizarro y referencial.  Por fortuna, John Dies at the End (2012) pasa por ser la más inclasificable y veleta de toda su filmografía, material que le permite realizar algunas piruetas como director que hacía años hubieran sido impensables. Partiendo de la igualmente inclasficable novela del pseudónimo David Wong (detalle importante a la hora de afrontarla), el veterano realizador va descubriendo una suerte de realidades subyacentes en contextos juveniles, más virada a los cómics de Grant Morrison (en especial su Doom Patrol) que a la excesiva formalidad de otras distopías paranoicas, donde incluso se puede entrever algunas rendijas de la cultura occidental a la hora de asumir influencias externas. O todo de esto no existe, porque si por algo destaca es por crear un estado perenne de perplejidad más digna del punk que de cualquier planteamiento sobre la realidad misma. Epílogo: Una de mis películas favoritas se trata de Repo Man (Alex Cox, 1984). Una de mis películas más odiadas se trata de Repo Man (Alex Cox, 1984). En cada visionado pongo en juego la fortuna del film. Lejos de romper el círculo, estoy agradecido de que exista. John Dies at the End va camino de desbancarla.

viernes, 8 de marzo de 2013

10 Muestra SyFy, día 1: Con toda franqueza...

...el único contacto con el mundo de Oz del que puede presumir quien suscribe va pasando por: Primero, todas las referencias que salpican la cultura popular, sobre todo en una serie como The Simpsons; segundo: el tenue recuerdo de lo que, en mi infancia, creía que se trataba del film de 1939, cuando en realidad es un amalgama de imágenes clavadas en el subconsciente que mezcla la original con su secuela apócrifa, Return to Oz (Walter Munch, 1985). Una suerte de niebla mental que carece de cohesión, de tiempos donde el cine se trataba de algo más tranquilo, menos analítico y, sobre todo, mucho más impresionable.

Por ello, como profano de la mitología creada alrededor de la obra de L. Frank Braum, decidí no ampliar horizontes antes de abordar una película como Oz: The Great and Powerful (Sam Raimi, 2013) y no tener mucha más base que la reminiscencia infantil antes citada, que pasa por ser uno de los elementos más intrínsecamente tétricos que recuerdo. Como mundo fantástico, Oz parece extraño e impostado, deliberadamente impostado, plagado de metáforas y retórica nada alejada de fábulas a priori más oscuras; esa sensación de estar ante un fabulante que, a través de sus personajes principales, intenta alejar de la oscuridad al espectador a costa de inducir el miedo justo para no terminar alertándolo.

Toda fábula se sustenta en la farsa; por lo tanto, todo fabulante es un farsante. La charlatanería de James Franco, que se ve realmente beneficiada del increíble carisma y buen hacer del actor, contribuye a esta línea donde el relato está manejado por las maquinaciones de quien presume de poder y no lo tiene. De escasa sutileza, pero presente, el concepto de mago de barraca ante un mundo sustentado por la magia real da resultado a una interesantísima reflexión sobre el poder del relato mismo; en realidad, de todos los relatos. Lo que en un principio resultaría achacable a una desmitifación de la magia, como sucede en otras revisiones de relatos clásicos, en realidad se convierte en una exaltación del poder real y tangible del acto de narrar, apoyado en su condición del viaje iniciático de un personaje plenamente instaurado en el colectivo como ejemplo de catalizador de valores instrínsecos a la condición humana.

 Quizás por ello el mundo de Oz ha perdido parte de ese carácter siniestro que, como aclaraba antes, no tiene un fundamento más racional que el que pudo tener hace veinte años, y que colinda a la obra de Raimi con similares connotaciones. Y por ello no puedo dejar de estar agradecido que mi idea sobre el mundo de Oz sea una farsa propia, fundamentada en el recuerdo nada banal de monos voladores y un technicolor donde el verde esperanza se torna en terrorífico: un lugar donde todo lo bucólico se vuelve oscuro y donde, como siempre sucede, la farsa termina tomando la delantera a la magia. Para suerte de todos.

miércoles, 12 de diciembre de 2012

El videodromo(III)


Sorcerer(carga maldita) de William Friedkin



La primera película de Friedkin tras el exorcista fue el remake de la obra maestra francesa ''el salario del miedo'' de Clouzot. Gran parte de la trama ocurre en un pueblo perdido de Costa Rica donde 4 personas con vicisitudes muy diferentes deben transportar un material peligroso entre puentes ruinosos, fango y tormentas tropicales.

Aunque el resultado final dista mucho de la obra que adapta, la pericia técnica del director justifica el visionado, con un estilo muy parecido al utilizado en French connection, tono muy realista y de gran fuerza visual(como la escena del puente), aunque arrastra el problema de que la productora metió mano en el montaje cortando muchas escenas lo cual lastra bastante la narración y su profundidad, aún así es una película intensa, donde se plasma el miedo, el cansancio y sufrimiento de los personajes, con un buen reparto(sale incluso Paco Rabal en un personaje muy alejado de los que solía hacer habitualmente) y planos de gran calidad.

Creo que se merece un mayor aprecio del que tuvo, algo habitual en la carrera de Friedkin(ya le ocurrió algo parecido con su excelente A la caza que recibió excelentes críticas en Cannes cuando volvió a proyectarse en un nuevo montaje).


Le passage (Trayecto mortal) de René Manzor



Drama francés bastante sombrío que combina el cuento infantil y la fantasía apocalíptica, aparte de ser una obra en cierto modo innovadora mezclando la animación y la imagen real, no de manera brillante pero si convincente.

Alain Delon es el protagonista, co-guionista y productor del film, quizás por ello su interpretación está algo falta de fuerza ante tantas responsabilidades durante el rodaje aunque su talento y presencia le bastan para mantener a flote la situación.

El guión es bastante curioso y original, centrado principalmente entre un padre dibujante de comics que está preparando una película, su hijo pequeño y la muerte como entidad que recurre al padre para que este le otorgue la posibilidad de destruir el mundo con una película sobre la violencia porque está harta y aburrida de su trabajo.
Lo mejor para mí es la relación padre-hijo con escenas llenas de fuerza y sentimiento cuando ambos miran los rostros de cada uno(el hijo viendo un vídeo de su padre, el padre viendo un dibujo de su hijo), lo peor el montaje, deslabazado e inconexo, y algunos momentos un poco ridículos entre Delon y la muerte pero es una obra que plasma muy bien el amor entre un padre y su hijo por encima de todo.






The Pawnbroker (El prestamista) de Sidney Lumet



Una obra que trata el stress post-traumático de una manera brutal a través de los ojos de un judío que sobrevivió al Holocausto y regenta una tienda de préstamos.
Sus vivencias a través de flashbacks, su pasotísmo, frialdad e indiferencia ante las personas y el entorno que le rodea definen al personaje de Rod Steiger que ofrece una interpretación mastodóntica e inolvidable.

Lumet se acompaña de un guión carbonizado y vacío de sentimentalismos como el corazón del protagonista y una amplia versatilidad de movimientos de la cámara con primeros planos y recorridos  amplios sobre su persona para acentuar la sensación de angustia y pesadumbre.
El contrapunto lo pone una banda sonora jazzística dirigida por Quincy Jones que aparece con fuerza en el tramo final de manera desaforada y en cierto modo alegre para dejar la duda de si el protagonista vuelve a recobrar la fuerza y el deseo por vivir.

Lo peor aunque no necesariamente malo, podría definirse como ante tal centralización sobre el protagonista el resto quede algo desdibujado y simplificado y la puesta en escena parece algo mundana pero recrea bien el Harlem empobrecido y peligroso sometido por explotadores de la época de los 60.


10 Rillington place(el estrangulador de Rillington place) de Richard Fleischer



Tras el estrangulador de Boston, Fleischer volvió a abordar la historia de un asesino en serie, en este caso la historia de John Christie, que ocultaba a sus victimas en el jardín de su casa y las violaba mientras las estrangulaba(y posteriormente).

Mientras la anterior entraba en el género más policiaco, en esta vemos la manera de actuar del criminal y su personalidad más profundamente(todo muy estudiado previamente utilizando los archivos sobre el caso disponibles), un mentiroso compulsivo que manipulaba no sólo su vida sino los que le rodeaban.
Excelente su presentación con la taza de té y sus educadas maneras, que acaba siendo parte de su modus operandi, rodado todo con excelsa naturalidad y parsimonia, lo cual le otorgaba un grado de repulsión extra a lo que sucedía posteriormente.

Inmenso el reparto, obviamente encabezado por Attenborough que hace un trabajo titánico por mostrar de la mejor manera posible la mezquindad y maldad del personaje pero sin excesos físicos ni manierismos. No se queda atrás la labor de John Hurt, marioneta del asesino y cabeza de turco durante años, magnificos los gestos de incredulidad e inocencia en su rostro, totalmente superado por las circunstancias.

A destacar también el buen trabajo de Fleischer con los fuera de campo y la puesta en escena, con esa escalera y esas habitaciones tan lúgubres(tremenda la escena cuando Christie, cuerda en mano, sube por la escalera para matar a la niña pequeña).



martes, 18 de septiembre de 2012

El videodromo (II)


Hardcore, un mundo oculto de Paul Schrader



Un padre, tras desaparecer su hija, descubre que participa en películas porno; posteriormente trata de encontrarla y se mete de lleno en un universo totalmente desconocido que le cambia para siempre.
Buen retrato de la América de familia perfecta enfrentada a la creciente ola del mercado pornográfico que el país vivió en los 70, y donde la mentalidad puritana de aquellos tiempos se enfrentó a un mundo sórdido, repulsivo y moralmente reprobable para aquellas mentes.

Prácticamente se podría definir como la segunda parte de Taxi driver tanto a nivel ambiental como fotográficamente; normal, viendo quien está en la dirección. No alcanza la excelencia de la película de Scorcese pero sabe manejar con fuerza y un ritmo adecuado el tipo de relato en el que se mueve, repleto de pesimismo, urbes sucias, personajes indeseables y personas que pierden su identidad.


Pontypool de Bruce McDonald



Con una escenografía casi teatral y ampliamente reducida con escasos medios se crea una obra repleta de tensión, angustia e incertidumbre. FUNDAMENTAL verla en versión original para disfrutar de la portentosa interpretación de Stephen McHattie. Una más que agradable sorpresa entre tanta superficialidad y repetición de esquemas. Supuestamente habrá una secuela en 2013.


Shock(suspense) de Mario Bava



Último trabajo en celuloide del maestro del terror europeo acompañado por su hijo Lamberto (posteriormente hizo un trabajo para tv). Es un trabajo irregular con la clásica atmósfera opresiva, malsana y con planos inquietantes que ha caracterizado la carrera del director pero en esta ocasión el guión posee algunas lagunas o momentos risibles (el momento del cutter volador me parece de lo peor) que desvirtúan el trabajo global, normal estando un inútil como Lamberto rondando en la escritura.

A pesar de ello hay que destacar el esfuerzo interpretativo de la protagonista y su evolutivo paso hacia la locura creada tanto por la casa como el comportamiento de su hijo pequeño, donde incluso Mario roza el elemento incestuoso entre madre e hijo.

La película se apunta a la moda de las bandas sonoras de música progresiva y oscura de la época, en este caso dirigida por el grupo Libra que es demasiado deudora de Goblin(aunque algo más esquizo), aún así cumple en apoyar las escenas más inquietantes.

No es una película a la altura de mis favoritas (Operazione Paura, La Máscara del Demonio, Las 3 caras del Miedo) pero posee una fuerza vital estimulante y con un sabio uso de los espacios cerrados y los tiempos muertos para atemorizar al espectador, así como la relación entre madre e hijo y los cambios de comportamiento de éste; lo peor, la austeridad visual que destila (se nota que no pudo estar realmente tras la cámara y estar simplemente asesorando), la irregularidad del montaje y el guión.

Aún así, una despedida digna y con buenos momentos por parte de un director legendario.


El hombre ilustrado de Jack Smight



Buena película que adapta el mítico libro de relatos de Ray Bradbury, aunque en el film sólo aparezcan 3 de ellos, en este caso los enfocados puramente a la ciencia ficción (hay otros ligeramente más orientados al terror), y que analizan la naturaleza humana y su relación con la tecnología. Es una película de estética muy luminosa, muy estilo Robert Mulligan con paisajes muy cálidos y colores vivos, no es una maravilla pero el trabajo visual me parece bastante correcto.

La fortaleza cinematográfica reside en la excelente interpretación de su protagonista, Rod Steiger, que se come la pantalla como el hombre lleno de ilustraciones en su cuerpo, y que busca a la mujer que se los hizo para vengarse ya que lo considera una maldición, mientras narra a un joven viajante en la época de la gran depresión, su historia y las historias que contiene su cuerpo a su vez.

Quizás la adaptación no sea del todo acertada y que el estilo de Bradbury no sea muy cinematográfico pero aún así es una obra cuidada y que no aburre en ningún momento. Las historias pueden adolecer de ser algo previsibles y de escaso peso dramático pero se compensan con el trabajo de Steiger.


El héroe anda suelto de Peter Bogdanovich



Enorme thriller, sencillamente brutal, el testamento de una leyenda llamada Boris Karloff. Escalofriante la frialdad y la naturalidad con la que Bogdanovich nos muestra al asesino de masas que aparece paralelamente en el relato, quien a pesar de sus actos no pierde ese aspecto angelical que le caracteriza.

Aparte en la obra de Bogdanovich se nos transmite la disyuntiva de la violencia en la realidad y el cine, y donde un actor de terror ya no se ve capaz de transmitir miedo a los espectadores porque la realidad supera claramente la ficción. Se podría decir que es cine dentro del cine y un poco la manera de Karloff de verse a si mismo en su ocaso. Magnifica.

lunes, 6 de agosto de 2012

El Videodromo

The Quiet Earth de Geoff Murphy


Notable obra neozelandesa de ciencia ficción apocalíptica que se podría definir casi como un cruce de Soy leyenda y Primer, no en el sentido estricto, pero sí en el concepto global.

La primera media hora creo que está excelentemente desarrollado el aislamiento y soledad del protagonista, alcanzando cotas no vistas en otras obras tanto de paranoia como locura. Desgraciadamente, la trama evoluciona hacia parámetros menos interesantes y dando excesivas respuestas explicativas hasta su tramo final, que vuelve a crecer hasta terminar con el clásico plano impactante del cual sacar varias teorías.

A destacar, a pesar del escaso presupuesto (1 millón de dólares), el diseño de producción y el buen uso de los escenarios y la música para crear un suspense de calidad. Lo peor, el poco nivel de los actores, que a pesar de que no afecta en exceso si se echa en falta mejores interpretaciones y carisma. El primer plano del film, por cierto, recuerda mucho a Danny Boyle.

Una obra muy estimable, recomendable y con un primer tramo excelente. Decir que Geoff Murphy ha hecho películas posteriores como Freejack (sin identidad) o Young Guns 2 (la de Kiefer Sutherland) y como director de segunda unidad en el Señor de los anillos de Peter Jackson.


Harlequin de Simon Wincer


Interesante thriller fantástico donde un misterioso mago se adentra en la vida de la familia de un político para salvar la leucemia del hijo y para algo más...

Película que continúa el sendero de la fantasía australiana iniciada con La última ola, aunque en esta ocasión con un tono más desenfadado y menos onírico aunque manteniendo una ligera complejidad narrativa. Visualmente es algo pobre, pero se sustenta gracias a la arrebatadora personalidad del protagonista encarnado por un solvente Robert Powell (el Jesús de Nazareth de Zeffirelli).

La obra guarda en cierto modo relación con la historia de Rasputín y la influencia que ejercía sobre el zar ruso Nicolás II, todo esto llevado a un entorno político moderno. Como ya digo, es interesante y con un tono de misterio que engancha a pesar de cierta vulgaridad en los planos y algún efecto casposo.
La carrera posterior del director poco o nada se acerca a lo mostrado en este film, quedando como un trabajo aislado.

El grito de Jerzy Skolimowski


El thriller terrorífico como punto de unión del cine de arte y ensayo, una película sórdida y diferente, repleta de esoterismo y una excelente puesta en escena, con un Alan Bates impresionante, lleno de carisma y maldad.

Aunque he nombrado el thriller de terror como punto de identificación de la obra, es una película difícil de catalogar de primeras; el punto de esoterismo la une mucho con Weir y el psiquiátrico donde se inicia la trama con Alguien Voló Sobre el Nido del Cuco aunque la conexión sea muy sibilina.

Acompañando a Alan Bates encontramos actores británicos de gran calidad como John Hurt, Jim Broadbent, Tim Curry y Susannah York. Los diálogos están acorde a la extrañeza del relato, muy cortantes y espesos a su vez pero con planos largos de gran belleza destacando obviamente el momento del ''grito''.

Junto a Deep End y Le Départ, de lo mejor de la carrera del director polaco.



viernes, 25 de mayo de 2012

Randy time!