domingo, 6 de febrero de 2011

94 minutos con Boyle

Uno debe admitir que el reto de enfrentarse a la nueva película de Danny Boyle ya le suponía un pesar, en tanto se trataba de una historia de superación personal que podría adoquinar el ya tedioso camino de las historias de superación personales; que, a su vez, salía de una película bastante más acomodaticia en contraste al resto de su filmografía como se trataba de Slumdog Millonaire (y de la que no me expondré a calificar de sobrevalorada cuando ya sólo la comparación la define) y que, para colmo de todos los males, contaba con el total apoyo de una industria que llevaba intentando hacer suyos sus valores tras todo el reconocimiento salvaje que recibió en el 2009. Sin embargo, y en una de esas sorpresas que atacan directamente al prejuicio y hacen que uno se plantee la (in)utilidad de tales presunciones, 127 Horas se ha destapado como quizás el film más rabiosamente vitalista, que no almibarado; hermoso, que no esteticista; y sobre todo carente de moralinas o intenciones sermoneantes cuando todo parecía indicarlo.

Danny Boyle (1956, Manchester, UK) probablemente se trata de la figura más esquiva de los realizadores británicos surgidos de una televisión carente de ataduras. Ya desde el éxito de Trainspotting se le intentó atar en corto, aprovechar su imaginería visual (siempre justificada) en pos a producciones más taquilleras como la cuarta entrega de la saga Alien. Sin embargo, Boyle se resistió hasta el bacatazo de La Playa, un interesante desastre donde la desmedida ansia del estudio por buscar el taquillazo supremo llevó a promocionarla en base a su estrella, Leonardo DiCaprio, desconcertando a un público que no esperaba algo así en el cine, y que para más inri supuso la ruptura de Boyle con su actor fetiche Ewan McGregor. Con todo, supo recuperarse volviendo a producciones pequeñas y un absoluto control creativo tocando diversos géneros, bifurcando a sus intereses lo más popular: el terror en la angustiosa 28 Días Después, la space opera de personajes en Sunshine o el drama social británico con tintes de comedia en Millones.

Quizás por ello Slumdog Millonaire chocara en sus resultados, tratándose de una producción precaria sin mayor apoyo que el que llegaría a posteriori tras la popularidad que por su propia cuenta iba cogiendo. Que una película donde los temas a tratar fueran de una forma liviana, fácil y sin los matices que Boyle suele imprimir en todas sus películas no presiagaba nada bueno si conseguía tener éxito... Éxito que se tradujo en el aluvión oportuno de óscars y en una distribución internacional vendiendo con ello la moda Bollywood como si no hubiera existido antes.

Ante ese panorama, 127 Horas se rebela: Boyle vuelve a un cine visceral al límite, que ataca a a los sentidos con un montaje donde injertos de anuncios de refrescos te dejan bien claro en la garganta que el protagonista tiene sed o el empleo del sonido como clave para sentir lo punzante del dolor. A un nivel más interno, los recursos de los que dispone Boyle para representar los recuerdos como defensa ante una situación límite parecen ilimitados; tanto que, una historia que podría haber dado poco de sí en otras manos, se hace incluso corta ante el personaje que Boyle y un titánico James Franco perfilan. A través de lo únicamente sensitivo consiguen que el espectador profundicen en la psique de alguien en una situación extrema, que va tomando conciencia del valor de su propia vida, y que detecta que en el mayor problema de la misma reside la clave para ser liberado.

Porque 127 Horas esconde algo más que un simplista mensaje sobre el valor del vivir: más bien se plantea la búsqueda de razones por las que vivir, y sólo cuando una piedra te hunde más y más en tus intentos por salir uno puede hacer criba de todo ello. En cierto modo no se aleja tanto de sus otras muestras de personajes en situaciones difíciles, cuya búsqueda de motivos vitales también resultan igualmente tortuosas aún con resultados diferentes.

Quizás la diferencia está en que Aron Ralston ha sabido encontrar el motivo a costa de una parte de sí mismo, a todos los niveles. Ya sólo por ello merece la pena confiar en un Boyle que sigue igual de esquivo que siempre.

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