lunes, 7 de marzo de 2011

8 Muestra SyFy, día 4: Vampirizando géneros

Cuarta y última jornada, bien colocada en el calendario porque, hay que admitirlo, el cansancio de las sesiones maratonianas que uno se va tragando va haciendo mella. Caracterizando como vienen siendo caracterizados los domingos de la muestra, la afluencia de gente se reduce sensiblemente, lo que provoca un ambiente más respetuoso del que suele haber (y que podría ser bastante más, para qué negarlo). Cada vez tengo más claro que debería cambiarse un poco la promoción del evento, o buscar alguna explicación del por qué escenas de sexo o cualquier detalle mínimamente metafórico provocan risas y comentarios entre el público, que uno no sabe si se encuentra en los primeros días del destape, o en un modo de disfrutar del cine desconocido para mí.

Empezó la tarde con la reprogramación de la película no emitida el viernes, Tucker & Dale vs. Evil (Eli Craig, 2010), que aún solucionados los fallos que evitaron su proyección, la copia fue exhibida a un tamaño ínfimo respecto a la lona, y con la sutil falta de brillo de la que parecen acostumbrados buena parte de los asistentes. Quizás en otros films el detalle pesaría menos, pero teniendo en cuenta que gran parte del mérito de este film reside en haber sido rodado con una RED de 4k de resolución (he preguntado y sí: es mucho), el delito es mayor. Entre eso y las expectativas que se fueron rumiando desde el viernes, sumándole que terror y comedia juntos no suele tener buena salida en esta muestra, el debut de Eli Craig se destapa como un grandísimo entretenimiento que no se limita al simple acto paródico del slasher, si no que lo homenajea con sumo cariño como lo hizo Shaun of the Dead (Edgar Wright, 2004) con los zombis. Situando la atención sobre los supuestos futuros artífices de la matanza, la película desmonta muchos de los tópicos del género quizás con un humor más amable del esperado, pero más agradecido en cuanto el dúo protagonista demuestran un carisma y sensibilidad inusitados en la imagen que muchos otros films nos quieren vender respecto a los rednecks, y de lo que ayudan mucho ese rostro de humor puro llamado Alan Tudyk y el recurrente televisivo Tyler Labine. La estructura que adopta la película respecto a las muertes del grupo de universitarios aporta una visión más profunda de lo que pueda parecer sobre el futuro del slasher, ridiculizándolas hasta el extremo de hacernos ver que, con humor (y no necesariamente negro), el debate suele entrar mucho mejor. Quizás la única agradable sorpresa de la muestra desde mi más profundo desconocimiento.

Volviendo a lo que sería la programación inicial del domingo, Park Chan-wook consigue remover las entrañas con Thirst (2009), incursión de su visceral y hermoso estilo al terreno vampírico, donde se revela como una de las más interesantes aportaciones al género por las ramificaciones que toma. Tomando como punto de partida la historia de un cura que se expone a una intervención experimental en la que muere y resucita, el ambicioso realizador coreano modera (o ajusta) su visión para dar coherencia a una interesante mezcla de fantástico y costumbrismo, terreno donde se desarolla la que es, personalmente, una de las historias de amor más enfermizas y hermosas que jamás he disfrutado en una sala. Distendiéndose de lo que suele ser el amor vampírico y que suelen acabar con cierto hastío por parte del espectador, la relación de un cura cuyas implicaciones religiosas lo ponen en duelo ante su hambre de sangre y sexo (curiosa mezcla de conceptos que la película da por hecha desde un comienzo) y la de una mujer de clase media, subyugada por su cultura y su familia, cuyo única intención es liberarse de algún modo a través del infectado; esta relación, que bien podría haber sido tratada desde el morbo, Chan-Wook decide ahondar en ella en lo que es un auténtico duelo de convicciones y circunstancias, de instintos contra principios, llámese religión, llámese impulsos. Probablemente en la mejor secuencia del cine del coreano, en una especie de bautismo recíproco donde él y ella se funden, resida el resumen de muchas otras películas sobre vampiros que lo han intentando y no han podido. En definitiva, lo que el autor parece dar a entender sobre las relaciones de pareja resulta tan honesto y enfermizo, hermoso y a su vez descorazonador como el principal motivo que las impulsa. Amor, en definitiva.

Otra promesa del festival era Dream Home (Ho-Cheung Pang, 2010) film chino de cuyas referencias me había creado ciertas expectativas, pero que, como en la mayoría de los casos, las expectativas mejor guardadas una vez se sienta uno en la sala. Igual que en la anterior película congeniaban fabulosamente el trato de la vida hogareña y la excepcional historia vampírica, en la que nos ocupa no parece existir un punto intermedio entre el gore provocado por una mujer en un edificio de viviendas y la vida rutinaria y tranquila de la misma. Aborda con igual ansia ambas formas, colocando un muro bastante molesto entre ambas, y que no aporta cohesión a las justificaciones de la protagonista para ejercer tan abominables actos mientras se relata su vida en forma de flashback. Cuando uno se quiere dar cuenta, la clave que define al personaje llega demasiado tarde precisamente por comenzar tan pronto su matanza. Sin embargo, hay que admitir que existe una buena crítica social en la exposición de una clase media hongkonesa (que, admito, desconocía) en su lucha contra la salvaje recalificación inmobiliaria que arruinó las esperanzas de muchos habitantes de la isla, más aún cuando el traspaso de la soberanía de la misma al gobierno chino, pero que queda lastrada por esa subdivisión en géneros que hacen que parezca más antagónicos de lo que son.

Por último, y para dar carpetazo a una de las muestras más desbalanceadas y menos fantásticas que recuerdo, se contó con la producción de Eli Roth The Last Exorcism (Daniel Stamm, 2010), film que comparte formato pseudodocumental con otras producciones pero que, como otras muchas, termina olvidando el formato y se introduce de lleno en la narración clásica. Esta "conversión" habría resultado más efectiva si se hubiera optado por usar el formato como recurso, como puede ser en District 9 (Neill Blomkamp, 2009) o la teleserie Modern Family (2009), el director opta por un falso documental con cámara y sonidista incluidos como personajes, lo que resta credibilidad en ese último tramo. No obstante, el guión define muy bien el personaje del predicador exorcista timorato y carismático, cuya causa se ve pateada por la acción del propio diablo... pero, como me sucede con Cloverfield (Matt Reeves, 2008) hubiera preferido una narración convencional desde un comienzo antes que ver desaprovechado el contexto creado. Como detalle colateral a la proyección, The Last Exorcism hizo darme cuenta de que podría contar con dos dedos de la mano las películas sobre exorcismos que me han convencido lo largo de mi vida.

Una vez cerrada, en esta octava muestra ha quedado patente que existen aún grandes fallos por solucionar, pero que uno no sabe si mantener las esperanzas visto que, año tras año, se mantienen: proyecciones oscuras y en ocasiones mal encuadradas (¡y con proyector digital!), subtítulos que, en ocasiones, se pierden en la línea de tiempo... Son detalles que van restando credibilidad a una muestra que debería contar con mucho más peso ante la carencia de festivales de peso en la capital del país. Aparte queda una selección pobre en calidad aún con las honrosas excepciones, pero cuyo mayor problema reside en la falta del fantástico y de otros géneros: animación, cine infantil, ciencia ficción... Poca sci-fi para Syfy, maldita ironía. Sin embargo, espero que el recuerdo de las grandes obras asiáticas sea lo único que retenga a esperas de una novena edición, eso sí, mucho más cuidada.

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