martes, 15 de marzo de 2011

Convivir con lo inevitable

La idea que uno se podía hacer respecto al hecho de que Clint Eastwood (en su inagotable afán en desarrollar su carrera con mayor celeridad) iba a enfrentarse a un thriller sobrenatural estaba más cercana a esperar un buen entretenimiento que una de sus muchas y contundentes obras cumbres; algo más cercano a algunos de sus entretenimientos de primera que al reflexivo estudio de la condición humana de, por ejemplo, Cartas desde Iwo Jima (2006). Claro que, igualmente, en el momento que se anunció otro thriller de secuestros con Angelina Jolie pocos se podrían imaginar algo tan redondo y perturbador como El Intercambio (2008). Si alguna conclusión se puede esperar de todo esto es que con Clint no tiene cabida cualquier tipo de expectativa o presunción.

Quizás por ello Más Allá de la Vida (2010) no deba resultar sorprendente, pero no puedo dejar de maravillarme de cómo un cineasta que podría haberse permitido el lujo de acomodarse en un estilo, recibir loas trasnochadas por ello y seguir pertenenciendo a la élite; cómo, en definitiva, un señor de ochenta años puede permitirse seguir ahondando en todo lo que toca con el ímpetu de un primerizo y la experiencia bien llevada de un humilde sabio. La historia de tres humanos marcados por la muerte consigue que discurra con total naturalidad, con la marca del dolor que hace imperativo el no frivolizar algo tan inmenso como la pérdida; no obstante, y a juzgar por varias entrevistas, el guionista Peter Morgan escribió el guión tras la desaparición de un ser querido, y con tal respeto trata Eastwood el libreto, dejando que discurra en base a su ya clásico estilo. Morgan se adentra en el tema desde las diferentes perspectivas de sus protagonistas y su relación con el más allá: el experimentado sensitivo en la piel de un contenido y campechano Matt Damon, cuyo don considera una maldición ante la imposibilidad de convivir con alguien que le provoca conocer los muertos de cualquier persona; una periodista francesa incansable interpretada por Cecile de France, cuya reciente experiencia cercana a la muerte la encauza en su afán de descubrir la verdad y, por último, el de un joven londinense cuya pérdida de su hermano gemelo le produce un ansia de respuestas ante el desamparo de la propia pérdida de su niñez. Tres visiones marcadas por un simple motivo: el simple hecho de buscar respuestas con las que poder vivir, bien sea distanciándose de ellas, estudiándolas o comprendiéndolas.

En este punto, Más Allá de la Vida vira bruscamente sobre otras películas del tema por asimilar lo paranormal, en clara alusión del hecho de que, sin muerte, no puede existir vida. La cotidianidad de las vidas de sus personajes (indisoluble al dolor que sienten por su condición, incomprensión o pérdida) marca todo el metraje, dejando bien claro que no existe nada atípico ni fantástico a lo que el espectador pueda agarrarse. Porque lo que consigue Morgan en su guión es la convergencia de muchas dudas nacidas del dolor y de lo inevitable, un alegato honesto para quienes deben pasar por tal trance sin ninguna contaminación religiosa o cultural; simplemente mostrar que las dudas, la búsqueda y el sufrimiento están ahí, y con ello valorar más la dignidad intrínseca a nuestras vidas cotidianas. Porque, al fin y al cabo, lo que Eastwood y Morgan (quizás más en unísono que en otras colaboraciones con otros guionistas) quieren decir es que lo que hay más allá de la vida es la propia vida, vida en continua circulación, y el final puede resultar bastante más esclarecedor que cualquier discurso de ínfulas catárticas que se crea poseedor del significado de la mortalidad.

Seguramente no se trate de una obra redonda, y la estructura de tres historias que convergen se precipite como si no quedara tiempo; sin embargo, resulta gratificante ver que la veteranía, carrera y edad no impiden a Clint seguir adentrándose como nadie en cualquier tipo de género o temática con la vitalidad de lo que tendría que ser un director novel. Y al igual que su última película puede ser una muestra en celuloide de la dignidad del ser mortal, Clint Eastwood no deja de representar en carne la dignidad del propio cine.

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