sábado, 10 de marzo de 2012

9 Muestra SyFy, día 2: El infierno es un lugar colorido

La predisposición asumida por el hecho de que la muestra presuma de ser "el ciclo del fin del mundo" me pesa, me pesa bastante; el género apocalíptico siempre me carga de seguidas si no me dan un tiempo prudencial, porque en teoría te están hablando de lo más gordo que nos puede pasar y, si me dan otra perspectiva del asunto cuarto de hora después, se pisan intereses en mi criterio. Toda esta neura personal se acentua en cuanto una de las películas mostradas está claramente doblegada a sus influencias y, lo peor de todo, a sus ínfulas de relevancia. La sombra de The Walking Dead y de The Road es amplia, y como toda influencia con un buen tratamiento de fondo, este se ve impulsado hacia superficie convirtiendo la supervivencia en algo rancio y, lo peor de todo, banal.

 La primera de ellas, Hell (Tim Fehlbaum, 2011), producción de Roland Emmerich (el extrañamente proclamado "maestro de la catástrofe"), se distiende del tono del megalómano germano ante una historia pequeña, intimista y delimitada a cuatro personajes; un guión claramente mecánico y funcional, de ritmo dilatado en exceso y economizando la producción con lugares comunes, ténebres y baratos.  Sin embargo, lo que en principio no dejaría de ser una película irrelevante, esconde a un realizador bien prestado a crear ambientes opresivos y sucios, a integrar a los personajes en beneficio a una percepción general de desolación y desesperanza, y que incluso los convencionalismos más chabacanos del género sabe manejar con una buena planificación visual. Aún con su frágil ritmo con predisposición al aburrimiento general, se trata de una película a medio gas de un realizador al que pienso seguirle la pista.

 Quizás la más embebida por la obra de Kirkman es Stake Land (Jim Mickle, 2010), producción llegada con dos años de retraso pero que, como es habitual en la muestra, se asume como estreno ante la desidia nacional a la hora de traer material de fuera. Con toda probabilidad la más lírica, trabajada y menos interesante de ayer, y todo por un excesivo sentido estilístico derivado del ansia de mostrar influencias desde Mallick al terror más directo, creando un batiburrillo sin coherencia ante una historia bien hilvanada. Una lástima que tantas pretensiones (más dignas de un alumno recién salido de la escuela con demasiada manga ancha que de un realizador pendiente del guión) lastre lo que podría haber sido una gran road movie de vampiros zombificados, con una pareja protagonista deudora del chambara que realmente cae en gracia. Curioso fenómeno el de comprobar que, a medida que la historia se va a haciendo más interesante, la forma va hundiéndola. Una auténtica lástima donde el componente del fanatismo religioso hubiera dado una visión muy interesante sobre una sociedad desmembrada que solo cuenta con la promesa de un lugar mejor; no el lugar, si no la promesa. Lo dicho, una pena.

 Por suerte y para rematar la jornada "oficiosa", el placer de disfrutar de nuevo de una de las mejores gamberradas de los últimos años: Hobo with a Shotgun (Jason Eisener, 2011), el derivado en largo de aquel trailer ganador de un concurso Grindhouse, y que pasa por ser la auténtica heredera del espíritu Troma, más que la continua y trasnochada aceptación de que todo lo que tiene grano viene de los setenta. Al igual que la película anterior recoge influencias con grandilocuencia, aquí lo que se respira es un respeto sumo a todo el cine basura de Kaufman, al giallo más chungo y, lo más jodido aún, a las risas malsanas que uno se echaba cuando veía esas maravillosas abominaciones en compañía. Por ello mismo agradecí quedarme a verla en comunidad aún habiéndola visto antes. La muerte de infantes de forma festiva, el desprecio al débil llevado hasta el paroxismo se disfrutan más rodeado de gente; todas las miserias humanas superando un límite donde solo la risa es la única salvación de una mente cuerda, y donde los bienpensantes se enorgullecen de serlo quedando como imbéciles a la hora de enfrentar su supuesta moralidad a los preceptos de la serie Z. Esa criba social a raíz de una película que solo la B, la Z y, en general, una mente libre de ataduras éticas ante la creatividad es capaz de hacer. Para más inri, Eisener y cía. se permite el lujo de unos diálogos profundos y desoladores sin que ello enfrente el colorista y paranoico mundo de ese transmuto de Tromaville que es la bautizada Fuck City,  donde el infierno tiene tanta cabida como las ganas del espectador de mayores burradas. Y por lo más divino, una mención aparte para Rutger Hauer: que un actor con su carrera y su bagaje no solo se preste a una producción así, si no que además borde al personaje con la maestría de cualquier grande deja claro que estamos ante unos de los grandes actores de todos los tiempos, sin que se me caigan los anillos por decirlo. Por fortuna, y como suele pasar con este tipo de producciones, su trabajo será apreciado con una cercanía y honestidad que de otro modo no sería posible

¡Larga vida a la amoralidad en el creatividad!

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