lunes, 11 de marzo de 2013

10 Muestra SyFy, día 2: De cada casa

Mientras que en crónicas del año pasado lamentaba la ausencia de mayor varianza internacional, parece que la organización ha sido expeditiva y brinda una jornada de lo más variada, tocando todo género y metiendo un elemento inclasificable al día. No se trata tanto de la calidad de las mismas (y de las proyecciones aún demasiado oscuras) como el notar que merece la pena entrar a plena luz del día y salir a la fría noche.

En teoría, y sin muchas excepciones (al menos no recuerdo ni una), las adaptaciones del anime a la filmación de carne y hueso pasan por un proceso traumático donde o bien se mantiene una fidelidad extrema, haciéndolo parecer todo un baño de gomina y colores que solo contenta a quienes defienden los fan-made trailers por el brillo de la coraza; o bien, y al menos resulta menos bochornoso, se queda a un nivel monótono y realista para evitar cualquier estridencia. Sin embargo Rurôni Kenshin (Keishi Ohtomo, 2012) mantiene un inusitado equlibrio en base a formas más academicistas, resultado quizás de un alto presupuesto y la condición histórica tan largamente tratada y venerada en el cine japonés. Picoteando tanto del manga, anime y OVA del que parte, el gran logro sobre el que se sustenta es continuar la larga tradición de personajes inadaptados en la transición Tokugawa - Meiji de un modo más distendido de lo habitual, sin caer en la frivolización que podría resultar de un trasvase directo, incluso abriendo sin vergüenza muchas ventanas por las que otros autores de mayor reconocimiento ya se asomaron. Todo aderezado con unas fabulosas coreografías (mejor individuales que grupales), sin duda se trata de una de las sorpresas de la muestra, más por lo que implica que por su resultado.

 La comedia británica pasa por un impasse tras haber vivido una época dorada en los 90, en la cual los herederos de aquella parecen incapaces de salir de unos cuantos convencionalismos ya lastrados por el creciente cisma social presente en las islas. Cabe la posibilidad de que Grabbers (Jon Wright, 2012), en su interesante partida de base extraída de Critters (Stephen Herek, 1986), baile en su tono en el intento de evitar encasillamientos que han tirado por tierra otras propuestas cómicas-fantásticas también vistas en la muestra, y con ello no consiga cohesionar ambas. Pero si hay algo que no se le puede echar en cara al film de Wright es un loable intento de conservar cierta identidad localista irlandesa, en mostrar la real belleza de una isla conservada en el aislacionismo donde hasta el alcohol supone una defensa ante elementos exteriores. En todo caso, la siempre evocadora idea de los aislados paraísos imperfectos costeros británicos, un género por sí mismo dentro de la cinematografía de las islas.

Ya como tradición, las películas que dejan descolocado y sin posibilidad de redención deben estar presentes. La que nos ocupa, Boneboys (Duane Graves, Justin Meeks, 2012) se lleva la palma como el mayor exponente de incoherencia y sinsentido, el auténtico intento de maquillar lo insustancial con un ambiente ilógico y malsano de este año. Partiendo de forma inverosímil del fabuloso ensayo Una Modesta Proposición de Jonathan Swift, uno se pregunta dónde ha ido a parar el potencial que la mezcla de tamaña sátira con el slasher podía haber llegado a dar. Cualquier tipo de ínfula por medrar en una escena queda neutralizada en la siguiente, como si los realizadores se metieran en un jardín del que, en vez de salir como Coppola lo hace (más adelante lo explico), persisten en sus intenciones. Al igual que comenté con Stake Land el año pasado, no consigo explicarme cómo no existe algún tipo de actividad extracinematográfica que permita a los nuevos realizadores conocer sus límites para evitar ladrar más de lo que se muerde: llegado el momento, y tal como demuestra esta supuesta fábula canina, acabas con los dientes destrozados.

Con Don Coscarelli siempre he mantenido una relación amor-odio: por una parte algunos apuntes en la saga Phantasma, pero sobre todo películas más "convencionales" tales como Survival Quest (1988) o The Beastmaster (1982); por la otra, cuando se ve imbuido por su propia condescendencia freak en inserta productos como Bubba-Ho Tep (2002) en los que se conforma única y exclusivamente con el propio concepto bizarro y referencial.  Por fortuna, John Dies at the End (2012) pasa por ser la más inclasificable y veleta de toda su filmografía, material que le permite realizar algunas piruetas como director que hacía años hubieran sido impensables. Partiendo de la igualmente inclasficable novela del pseudónimo David Wong (detalle importante a la hora de afrontarla), el veterano realizador va descubriendo una suerte de realidades subyacentes en contextos juveniles, más virada a los cómics de Grant Morrison (en especial su Doom Patrol) que a la excesiva formalidad de otras distopías paranoicas, donde incluso se puede entrever algunas rendijas de la cultura occidental a la hora de asumir influencias externas. O todo de esto no existe, porque si por algo destaca es por crear un estado perenne de perplejidad más digna del punk que de cualquier planteamiento sobre la realidad misma. Epílogo: Una de mis películas favoritas se trata de Repo Man (Alex Cox, 1984). Una de mis películas más odiadas se trata de Repo Man (Alex Cox, 1984). En cada visionado pongo en juego la fortuna del film. Lejos de romper el círculo, estoy agradecido de que exista. John Dies at the End va camino de desbancarla.

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