viernes, 25 de abril de 2008

Abel Ferrara - Teniente Corrupto, Perdóneme Padre porque he pecado

Un teniente de la policía de Nueva York, drogadicto y sin escrúpulos, ha perdido sesenta mil dólares en la apuesta sobre la final del torneo de béisbol. Aparte tiene entre sus manos un desagradable caso: la violación de una joven monja y se ofrece una recompensa por el descubrimiento de los culpables. Después de viajar por las noches de Nueva York con Frank White y su mundo de drogas, mujeres y asesinatos. Ferrara nos lleva de viaje con otro magnifico personaje: El Teniente.

Este teniente es el lado oscuro del policía honesto, fiel a sus principios, incorruptible que vimos en El rey de Nueva York. Ferrara nos muestra a un jugador empedernido, violento, yonki y obseso, un reflejo de la imperfección americana. Es tal su degradación que el camino final será la tan querida redención que siempre quiere mostrarnos Abel, pero antes de que eso ocurra la película es un viaje grotesco donde la cámara acompaña al personaje en su angustia existencial. Debido a sus problemas con el juego sabemos que el destino de este hombre se torna oscuro y lleno penumbras, y eso se refleja en la imagen, plena de luces tenues y ambiente gris.

Durante este viaje, las preguntas que rondan la cabeza del espectador pueden ser varias, pero centradas en un mismo punto: ¿Cuándo acabará su tortura interna? ¿Podrá soportar más este castigo moral y físico? Son algunas dudas que pueden ir surgiendo a medida que transcurre el metraje. Todo ello surge debido a que el propio Ferrara nos induce a pensar que este hombre tiene una parte noble y buena dentro de sí mismo; fiel reflejo de ello es la anciana que surge y dice: es una buena persona. Estamos ante el antihéroe en estado puro.

Para lograr tan codiciada redención, Ferrara enfrenta a nuestro querido Teniente a una prueba de fe, fe en las personas y su bondad, su capacidad de perdón. La violación de una monja por parte de dos jóvenes hace que comience su búsqueda interior hacia una nueva visión de las cosas. Nos encontraremos con un brazo ejecutor que quiere justicia –Teniente- y una víctima que perdona sin reticencias ni motivos más allá del amor por Dios y su doctrina. Esto hará que el Teniente se debata interiormente y busque el perdón en el Todopoderoso por todo el mal que ha causado.

Una escena que refleja todo lo dicho:

La monja está rezando de rodillas frente al altar. Al fondo, se filtra la luz blanca y aparece el teniente, que se acerca a ella y se arrodilla a su lado.

TENIENTE
Escúcheme, hermana, escúcheme bien. Los otros policías sólo conseguirán llevar a esos muchachos al tribunal de menores. Y saldrán, ¿entiende? Pero yo pasaré del tribunal y haré justicia. Justicia, por usted.

MONJA
Yo ya les he perdonado.

TENIENTE
Vamos, señorita. ¿Cómo ha podido? ¿Cómo ha podido perdonar a esos hijos de… a esos muchachos? Usted perdone, ¿cómo ha podido? ¿No quiere que paguen por lo que le hicieron? ¿No quiere vengarse por ese crimen?

MONJA
Les he perdonado.

TENIENTE
Pero, ¿tiene usted derecho? No es la única mujer en el mundo, ni la única monja. Hermana, ¿va a hacer que corra más sangre? Y si esos muchachos hacen lo mismo a otras monjas, a otras vírgenes, o a mujeres, ¿tiene usted derecho a dejar a esos muchachos en libertad? ¿Podrá cargar con ese peso?.

MONJA
Hable con Jesús. Rece. Usted cree en Dios, ¿verdad? ¿Sabe que Jesucristo murió por nuestros pecados?

Ella se levanta y marcha. El teniente se levanta, cae de rodillas al suelo y se revuelve gritando y llorando desesperadamente. Ve a Cristo, ataviado según la iconografía del momento de la Pasión, en mitad del pasillo, con la luz al fondo.



TENIENTE
¿Tienes algo que decirme, cabrón? ¡Cabronazo! ¡Un cabronazo! ¡Dime algo! ¿Vas a quedarte ahí parado? -Vuelve a gritar- ¿Qué voy a hacer? ¡Tienes que decirme algo, cabrón! ¿Quieres que lo haga yo todo? ¡Maldita sea! ¿Dónde coño estabas? ¿Dónde estabas tú? ¿Dónde diablos estabas? -Llora con las manos en la cabeza.- Lo siento, lo siento, lo siento. He hecho tantas barbaridades. ¡Y me arrepiento! He intentado ser… He intentado ser bueno. Pero soy demasiado débil. Necesito que me ayudes. -Avanza de rodillas hacia Cristo.- Necesito que me ayudes. ¡Perdóname! ¡Perdóname! ¡Perdón, por favor!

Llega junto a él. Cristo le extiende los brazos.
Rostro del teniente besándole los pies ensangrentados.
Alza la cabeza. Ve que quien está enfrente de él es una mujer negra.


Lo nuevo que nos presenta Ferrara respecto a El rey de Nueva York es otra de las grandes características de la doctrina cristiana de la que Abel es tan ferviente seguidor: el sacrificio. El Teniente se sacrificará por lograr que otros logren la redención, en este caso los jóvenes agresores. Esta situación se muestra de una manera diferente respecto a la forma en que la cámara muestra lo que pasa, algo parecido al duelo final de White con Roy Bishop; la cámara se muestra contemplativa y piadosa por lo que está realizando el Teniente y se aleja de la acción, se mantiene al margen, como si no quisiera verlo aunque no perdamos detalle. Un símil parecido a lo que sucede en El Cielo sobre Berlín de Wim Wenders. Tal es el sacrificio del Teniente que indirectamente será victima de sus errores pasados.

Esta película es sin duda, particularmente, la más brillante obra de Abel Ferrara en cuanto a diversidad temática (maldad, perdón, redención, sacrificio….), centrada en un único personaje. El resto son elementos secundarios que acompañan cuyo interés para el espectador es nulo pero cuya importancia para el personaje central será determinante para su destino. Harvey Keitel muestra su cara más oscura, pérfida y agónica para acabar siendo un personaje torturado, derrotado y que quiere redimirse sea como sea. Un trabajo duro y farragoso para el actor que tristemente no fue alabado como debería.

Ferrara nos muestra a través del Teniente las miserias y desgracias de la condición humana, sistemáticamente ultrajada por el pecado y la culpa. Es una película eficaz, dura, poderosa visualmente y a su vez en sentimiento; que muestra las agallas de un cineasta controvertido que hurga en las heridas de una sociedad imperfecta que oculta la verdad de lo que sucede dentro de sus calles.

1 comentario:

Anónimo dijo...

En cuanto la mierda coctelera me deje, os añado.

Sois encomiables.